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El Sol de mi ventana

Hay mañanas que comienzan en un lugar que queda más allá del universo.
Recuerdo bien una de ellas.
El lugar parecía ser ese punto del espacio en donde comienzan los proyectos,
y los proyectos parecían ser esos que le dan tiempo al espacio.
Por la ventana que siempre llevo conmigo, había un sol que no paraba de entrar y brillar,
y cerca, mirando junto a los míos, unos ojos de claridad no paraban de expresar curiosidad. 
El sol ya era un compañero más en aquella habitación, 
le hice unas preguntas, y con calidez, con una sonrisa algo me contestó.
Mientras tanto, nosotros buscábamos el significado de unos cálculos,

buscamos un incipiente dialogar,
y el sol, por mi ventana, no paraba de entrar, 

y a la cara de esos ojos, no paraba de iluminar. 
Recuerdo su expresión de tímida incredulidad, iluminada por un rayo muy especial,
ahí supe que había mucho por hacer, y que nada en el mundo nos iría a parar. 
Y entonces, la luz solar en los detalles de su cara se fue a posar,
la nitidez encandiló mis ojos, y al cerrarlos vi todos los planes juntos,
uno a uno pasaron ante mí, vi todo lo que teníamos que hacer, 
generando la responsabilidad de sobrevivir, de cultivar ese espacio,
de cultivar un tiempo y abrazar a las estrellas, 
y para no quemarnos, de hacerlo despacio. 

Hay mañanas que comienzan en un lugar,
hay mañanas que no me voy a olvidar,
tiempo y espacio se sumergieron en algún mar,
y la ventana que siempre llevo, sigue allí, 
sigue al sol dejando pasar, quien con su calidez y sonrisa,
todos los días, por la mañana, me vuelve a saludar. 

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